Comentario 'El niño que encontró un violín en el granero' - Ana María Matute

Cuento:
Entre los hijos del granjero había uno de largos cabellos dorados, curvándose como virutas de madera. Nadie le oyó hablar nunca, pero tenía la voz hermosa, que no decía ninguna palabra, y, sin embargo, se doblaba como un junco, se tensaba como la cuerda de un arco, caía como una piedra, a veces; y otras parecía el ulular del viento por el borde de la montaña. A este niño le llamaban Zum-Zum. Nadie sabía por qué, como, quizá, ni la misma granjera —siempre atareada de un lado para otro, siempre con las manos ocupadas— sabía cuándo llegó el muchacho al mundo. Zum-Zum no hacía caso de nadie. Si le llamaban los niños, se alejaba, y los niños pensaban que creció demasiado para unirse a sus juegos. Si los hermanos mayores le requerían, también Zum-Zum se alejaba, y todos pensaban que aún era demasiado pequeño para el trabajo. A veces, entre sus quehaceres, la granjera levantaba la cabeza y le veía pasar, como el rumor de una hoja. Se fijaba en sus pies sin zuecos, y se decía: «Cubriré esos pies heridos. Debo cubrirlos, para que no los corte la escarcha, ni los enlode la lluvia, ni los muerdan las piedras». Pero luego Zum-Zum se alejaba, y ella olvidaba, entre tantos muchachos, a cuál debía comprar zuecos. Si se ponía a contarlos con los dedos, las cuentas salían mal al llegar a Zum-Zum: ¿entre quiénes nació?, ¿entre Pedro y Juan?, ¿entre Pablo y José? Y la granjera empezaba de nuevo sus cuentas, hasta que llegaba el olor del horno, y corría precipitadamente a la cocina. Una tarde, Zum-Zum subió al granero. Fuera había llovido, pero dentro se paseaba el sol. Al borde de la ventana vio gotitas de agua, que brillaban y caían, con un tintineo que le llenó de tristeza. Había también una jaula de hierro, y dentro un cuervo, atrapado por los muchachos mayores. El cuervo negro empezó a saltar, muy agitado, al verle. En una esquina dormía el perro, que levantó una oreja. —¡Ya está aquí! —chilló el cuervo, desesperado—. ¡Ya está aquí, para mirar y escuchar! —Nació una tarde como esta —dijo el perro, en cuyo lomo había muchos pelos blancos. Zum-Zum miró en derredor con sus claros y hondos ojos, y luego empezó a buscar algo. Sabía que debía buscar algo. Había mazorcas de maíz y manzanas, pero él buscaba en los rincones oscuros. Al fin lo encontró. Y, a pesar de que su corazón se llenaba de una gran melancolía, lo tomó en sus manos. Era un viejo violín, lleno de polvo, con las cuerdas rotas. —De nada sirve el violín, si no tiene voz —dijo el cuervo, saltando y golpeándose con los barrotes. Zum-Zum se sentó para anudar las cuerdas, que se retorcían hurañamente. —No te hagas daño, niño —dijo el perro—. El violín perdió su voz hace unos años, y tú apareciste en la granja, pobre niño tonto. Lo recuerdo, porque soy viejo y mi lomo está cubierto de pelos blancos. El cuervo estaba enfadadísimo: —¿Para qué sirve? Es grande para jugar, es pequeño para el trabajo. Como persona, no sirve para gran cosa. El perro bostezó, se lamió tristemente las patas y miró hacia Zum-Zum, con ojos llenos de fatalidad. Zum-Zum arregló las cuerdas del violín, y bajó la escalera. El perro le siguió. Abajo, en el patio, estaban reunidos todos los muchachos y muchachas de la granja. Al ver a Zum-Zum las muchachas dijeron: —¡Canta, niño tonto! Canta, que queremos escucharte. Pero Zum-Zum no abrió los labios, de pronto cerrados, como una pequeña concha rosada y dura. Dio el violín al hermano mayor, y esperó. Miraba con ojos como pozos hondos y muy claros. El hermano mayor dijo: —No me mires, niño tonto. Tus ojos me hacen daño. Sentían tal deseo de oír música que, con pelos de la cola del caballo, el hermano mayor hizo un arco. También el caballo clavó en él sus ojos, negros y redondos. Y eran suplicantes como los del
niño y como los del perro. Parecían decir: «¡Oh, si no hicieras eso! Pero es preciso, es fatal, que lo hagas». El hermano se fue de aquellos ojos, y empezó a tocar el violín. Salió una música aguda, una música terrible. Al hermano mayor le pareció que el violín se llenaba de vida, que cantaba por su propio gusto. —¡Es la voz de Zum-Zum, del pobre niño tonto! —dijeron las muchachas. Todos miraron al niño tonto. Estaba en el centro del patio, con sus pequeños labios duros y rosados, totalmente cerrados. El niño levantó los brazos y cada uno de sus dedos brillaba bajo el pálido sol. Luego se curvó, se dobló de rodillas y cayó al suelo. Corrieron todos a él, rodeándole. Le cogieron. Le tocaron la cara, los cabellos de color de paja, la boca cerrada, los pies y las manos, blandos. En la ventana del granero, el cuervo, dentro de su jaula, aleteaba furiosamente. Pero una risa ronca le agitaba. —¡Oh! —dijeron todos, con desilusión—. ¡Si no era un niño! ¡Si solo era un muñeco! Y lo abandonaron. El perro lo cogió entre los dientes y se lo llevó, lejos de la música y del tonto baile de la granja.

Comentario: (no es opinión, es análisis)

Tema: el niño (que en realidad es un juguete) busca su propia muerte (abandono) encontrando su sustituto (el violín). No puede ser amado por adultos porque es un juguete (y son cosas de niños) y tampoco por los niños porque es un muñeco (y a este no lo querrás igual que a tus padres).

Es el único niño tonto que tiene nombre (onomatopéyico, ya que recuerda al movimiento de los juncos con el viento). Al contrario que en otros cuentos su madre si le quiere (desea cubrir esos pies descalzos) pero está tan atareada que no tiene tiempo de acordarse ni de cuando nació.

Puente entre seres humanos y naturaleza -> el cuervo (enjaulado por los hermanos), el maíz del granero (recogido ya del huerto), el caballo (que lo mira con ojos de fatalidad) y el perro (que es muy viejo).

El niño es discriminado por ser mudo, no habla porque es un muñeco. (realidad objetiva).


Kisses,

Myn

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