Vacía
Una manzana: 180 gramos, 93 calorías. Admiró la roja pieza de fruta como si fuera una tentación propia de pecado, en la que no debía caer. A pesar de las voces que se debatían en su cabeza, le dió un mordisco. Este resonó, crujiente, en sus oídos. Masticó lentamente, contando cuantas veces: uno, dos, tres, cuatro, cinco… Mientras, intentaba no saborear su saciante dulzor, para evitar perder el control.
Cuando el alimento pasó a ser una masa pastosa, reunió sus inexistentes fuerzas para conseguir tragarlo. Notaba cómo descendía por su garganta, y enseguida se sintió atrozmente disgustada. En su mente se dispararon las alarmas, que comenzaron a cronometrar cuánto tardaría en quemar lo que había ingerido. Aún así, respiró hondo y se forzó a darle otro bocado ante la sensación de vacío en su interior, pero que la comida no iba a conseguir llenar. Repitió el mismo doloroso proceso de manera metódica. Sin embargo, no pudo soportarlo más, le provocaba arcadas y un desmedido rechazo. Ignorando la protesta de su rugiente estómago abandonó la fruta en el mármol de su cocina para precipitarse hacia el lavabo.
Observó su imagen en el espejo: profundas ojeras cubrían su rostro indicando su cansancio ante insufribles noches sin dormir, su cabello despeinado y pobre, sin brillo, su piel pálida que la hacía parecer muerta en vida. Apresuradamente se quitó la ancha sudadera que llevaba hasta en pleno verano, pues su cuerpo no disponía de la energía necesaria para calentarse y siempre sentía su piel fría y sus extremidades entumecidas.
Escudriñó nuevamente su reflejo, en busca de cualquier imperfección. Al principio veía a una frágil joven, casi esquelética, con las clavículas marcadas y las costillas visiblemente realzadas. Poco a poco, su imagen se fue distorsionando ante su mirada, convirtiéndose en su peor pesadilla. Comenzó a agarrar su piel y su “sobrante” grasa deseando poder arrancarla y desgarrarla. Lágrimas rodaban por sus mejillas descontroladamente mientras su vientre se llenaba de arañazos. Lo cierto es que estaba desvariando, pero para ella aquella era su verdadera realidad.
El súbito arrebato la dejó sin hálito, casi sentía como se desvanecía. Su visión se nubló por unos instantes y se apoyó en la pica, que estaba imperceptiblemente más gélida que su tacto. Contuvo la respiración, sabiendo que había llegado la hora de la verdad. Sin dejar de sujetarse, desplazó la balanza de debajo de la cómoda y se subió en esta, que apenas crujió ante su peso.
Mientras la aguja se tambaleaba, o quizá era ella, se fue oscureciendo su vista. Solo tenía que resistir unos segundos más, lo justo para comprobar si había merecido la pena su martirio. Finalmente, se detuvo. Ella sonrió, triunfante, y dejó escapar un suspiro. Después oscuridad. Colapsó, desplomándose sobre las insensibles baldosas, pero con una sonrisa dibujada en sus violáceos labios.
Nym.